lunes, 27 de agosto de 2007
Censura Cuba al colega Arturo Soto, autor de la columna "El Zancudo", iba a presentar libro en La Habana
Cuba tacha de 'C-R'a reportero mexicano
Arturo Soto Munguía, periodista de Cajeme, Sonora fue tachado como un contra-revolucionario por los contenidos en su libro; lo amenazan con meterlo al "bote" si sigue escribiendo textos "contra la revolución".
Conozcamos en propio testimonio el autoritarismo contra el ejercicio de la libertad de expresión y derecho a la información; Arturo Soto, con su magistral pluma hace una verdadera crónica de los sucesos en el aeropuerto de cuba.
El Zancudo
(No mata, pero hace roncha)
Arturo Soto Munguía
Del desierto al trópico
Políticamente una locura, culturalmente enigmático, virtualmente paranoico, realmente maravilloso, callejeramente irónico, periodísticamente afortunado; curricularmente un enigma, ideológicamente conflictivo pero nunca vacilante; temáticamente diverso, afectivamente desolado y al mismo tiempo desbordante; amorosamente ridículo y a la vez profundo y en resumen: la crónica del espacio liberado más acotado del mundo.
Volví a La Habana con las alforjas llenas de ilusiones y de libros. Pero fui por lana y salí trasquilado, para decirlo rápido.
El Zancudo voló del desierto al trópico para lo que sería la presentación de un pequeño libro de crónicas, nacido del irrenunciable espíritu periodístico que lo animó a recrear algunos pasajes de la vida cotidiana en Cuba, durante el verano de 2006.
De La Habana a Camagüey, se llama el pequeño almanaque de postales que buscó ser presentado a la crítica cubana, como apuntes sobre los efectos de la exuberancia del Caribe, sobre un habitante del desierto pelón de Sonora.
Llegué a La Habana un año después de aquel viaje, loco de contento con mi cargamento para la ciudad, sí… para la ciudaaaaaad…
Nomás llegando a la Aduana del Aeropuerto Internacional de la capital cubana, el gozo se fue hasta el pozo.
Los agentes aduanales decomisaron el susodicho cargamento y con él, decomisaron la posibilidad de que regrese a la isla, pues no sólo me quitaron los libros que presentaría el día 15 de agosto en la Biblioteca Pública Rubén Martínez Villena, sino que me hicieron firmar una carta de advertencia, aceptando que si de nuevo intentaba introducir a la isla, literatura con contenido C.R., sería aprehendido por las autoridades.
Entenderán que así, aunque quisiera, ya no paso por esa aduana ni como carne endiablada, en lata.
Porque las iniciales CR significan ni más ni menos que Contra la Revolución, y el avezado lector, la politizada lectora entenderá que ser contrarrevolucionario en Cuba es poco menos que precandidato al paredón o cuando menos a la deportación.
No pasó ni una ni otra cosa; no sé si porque después de una segunda lectura a las crónicas, las autoridades de aquel país consideraron que el contenido sí era contrarrevolucionario, pero nomás poquito, o porque se dieron cuenta de la comedia de enredos en que terminó convirtiéndose la publicitada presentación internacional de El Zancudo.
No es buena terapia estar sentado durante cinco horas en el Aeropuerto de la Habana esperando el veredicto de la crítica aduanero-literaria, porque luego le da a uno por pensar que el análisis de contenido no debería quedar en el criterio de policías aduanales, que ríen fugazmente mientras leen una crónica, pero ponen cara de malos cuando sienten que alguien los puede estar viendo.
Así se la pasaron dos horas, al menos. Luego revisaron el equipaje prenda por prenda, incluidos los bolsillos de pantalones y camisas, revisaron documentos y se encontraron entre otras cosas con el suplemento Perfiles del periódico El Imparcial, donde aparecía la entrevista con que Carlos Sánchez anunció la malograda presentación.
También fue decomisado.
Después de cinco horas, finalmente pude salir del aeropuerto y lo que siguió fue un vagar como fantasma.
En La Habana como güey, puede ser el resumen de las crónicas que se tejieron y se urdieron durante los siguientes diez días en la capital cubana.
El tiempo que duré allá, paseé con el estigma de ‘CR’, lo que fue particularmente incómodo, también para la gente que me había invitado, y para algunos otros que debía visitar en cumplimiento de unos encargos.
Para nadie en Cuba, pero especialmente para quienes trabajan en la burocracia cultural, resulta atractivo ni conveniente ser ligado con un tipo que ‘no escribió una sola línea a favor de la revolución’, según fue el argumento primero con que se decidió el decomiso.
La presentación no fue, los libros (65), allá se quedaron y la incursión de El Zancudo en el ámbito internacional fue debut y despedida.
La experiencia, sin embargo, fue única. Hubo tiempo de escribir algunos textos que en breve, serán integrados al libro De La Habana a Camagüey, para ilustrar los encuentros y desencuentros con la realidad cubana de esos días, y los avatares de ‘un contrarrevolucionario suelto en Cuba’ (je).
Acá en Sonora las reacciones con respecto a lo sucedido fueron de las lamentaciones a la furia; algunos se frotan las manos esperando La venganza de El Zancudo, y sugieren que la nueva edición puede volverme rico en Miami, y ‘hasta salir con Don Francisco’, como sugirió el colega Alejandro Islas. De ese pelo.
Otros proponen redactar un documento de protesta y recabar firmas y otros más han llegado a decir que sería bueno apelar a los tribunales internacionales.
Pero todos coinciden en un punto: hay que escribir.
No sé que vaya a pasar con la nueva edición, y personalmente prefiero que el libro quede en lo que es: una producción modesta, independiente, concebida en las vivencias personales en Cuba, y parida en una imprenta de Las Pilas, un barrio más bien pobre de Hermosillo.
Prefiero que quede así, antes de que alguien lo convierta en un best seller de la contrarrevolución (la de a de veras, no como esta); en agregado presuntamente literario de toda la basura que, nutrida del rencor y los recelos; de las ambiciones y los sueños de grandeza (cuando la grandeza en que se sueña es sinónimo de ventas récord), que alimentan los espíritus pequeños, las almas que se suponen perfectas.
Uno como periodista va por cualquier lado, con las antenas levantadas, con los sentidos alertas, con el ojo que escudriña, el oído aguzado, el olfato que reacciona, el tacto que roza lo que roza a cada quien, en cada momento y en cada lugar descubierto y redescubierto; con el gusto que prueba, cata, acepta o rechaza según sea el caso; con la mente abierta hasta donde le alcance, para dejar que pase todo, para matizarlo con lo que uno mismo piensa.
En eso estamos trabajando. Esperen noticias.
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