El Zancudo
(No mata, pero hace roncha)
Arturo Soto Munguía
La guerra entre el Estado mexicano y los cárteles de la droga se está prolongando demasiado y hasta el momento, no se sabe bien a bien quien resultará ganador.
Lo que sí se puede adelantar, es que los perdedores seremos todos, incluido usted, que ni anda en malos pasos, ni gana para guaruras, lector, lectora.
La estrategia que el gobierno federal ha seguido hasta hoy no parece la más correcta -es más, parece la menos correcta-, pero hay que cuidarse de no decirlo, so riesgo de pasar como un defensor de los narcotraficantes, que por cierto, han probado en repetidas ocasiones que se defienden solos.
Tantas, que el territorio nacional se ha sembrado de muertos.
Siendo las calles el campo de batalla, es natural que en el fuego cruzado hayan caído lo mismo soldados y policías, que narcotraficantes y sicarios, pero también civiles pacíficos y desarmados.
Los resultados de una estrategia que busca recuperar a punta de bala las principales ciudades del país, devino ya en una vorágine de violencia con niveles espeluznantes, que incluye desde la videoejecución y el narcomensaje, hasta desplantes como el de arrojar una cabeza humana a las oficinas de la policía, como ocurrió recientemente en Veracruz, un día después de que un comando armado acribillara a los escoltas del gobernador del Estado de México, Enrique Peña Nieto.
Que los sicarios los confundieron con otros sicarios, fue una de las primeras y lamentables versiones oficiales.
La idea más novedosa del gobierno federal en la guerra contra el narco, es la de crear un grupo de elite, integrado por militares y policías probados en todos los terrenos.
La referencia más inmediata de un escuadrón así, es el Grupo Aerotransportado de Fuerzas Especiales (GAFE), creado en 1999 y que en menos de 10 años se convirtió en el principal proveedor de sicarios para los cárteles de las drogas, señaladamente el del Golfo.
Conocidos hoy como Los Zetas, esos ex militares son una parte destacada de la leyenda negra del narcotráfico en México, y a ellos se atribuye la incorporación de métodos poco ortodoxos en sus extremadamente violentas ejecuciones.
Operan principalmente en Tamaulipas, de donde presuntamente llegaron los sicarios que ayer, escribieron uno de los capítulos más sangrientos de esta guerra.
El número de pistoleros oscila entre los 40 y 80, viajando en un convoy de entre 15 y 20 vehículos por carreteras federales y estatales. Asesinaron a cuatro policías municipales, torturaron a dos y secuestraron a dos civiles y dos agentes.
Horas más tarde, agentes de la Policía Estatal Investigadora y del Ejército, se enfrentaron con ellos, en un intercambio de fuego en el que al menos ocho de los pistoleros resultaron muertos y 15 detenidos.
Se sabe que hay tres soldados y un agente de la Policía Estatal, que cayeron en combate; la policía rescató a las cuatro personas secuestradas.
¿Una victoria para el gobierno?
Sí y no.
Sí, porque manda un mensaje claro, frente a hechos tan sangrientos como el de Cananea, en el sentido de que no habrá impunidad y que se le hará frente al crimen organizado, con todo el poder de fuego.
Y no, por varias razones, entre las que convendría citar dos:
La información de que al llegar la policía estatal a la comandancia de la municipal en Cananea, el edificio se encontraba vacío, pues todos -todos- los elementos literalmente se tiraron a perder, es una pésima señal.
Según el criterio de un alto mando de la Procuraduría, los tiroteos entre policías y criminales son muy preocupantes, pero sería más preocupante ver a los policías corriendo en sentido contrario al de los criminales.
Y en una estrategia orientada a reestablecer el control del Estado sobre el territorio nacional, lo que ocurrió en Cananea fue una rendición de plaza por parte de la corporación municipal, y la posterior recuperación por parte de fuerzas estatales y federales.
La estampida de municipales es entendible, en todo caso, considerando las condiciones en que esos agentes trabajan, pero la revelación que ayer mismo hizo el gobernador Eduardo Bours, en el sentido de que el ‘levantón’ fue un ajuste de cuentas entre narcos-narcos y narco-policías, pinta un panorama desolador.
Diríase que es el primer registro de agentes corriendo en sentido contrario a los criminales.
Es en todo caso, una victoria con sabor a derrota, tomando en cuenta la psicosis social que debe estar viviendo la comunidad de Cananea y de toda aquella región, después del violento episodio de ayer.
Ese es uno de los grandes asuntos que debería considerar la estrategia de combate al narcotráfico: el de la zozobra ciudadana, el miedo colectivo, las sospechas y desconfianza en las instituciones y hasta en los vecinos.
Una sociedad con el ánimo erizado por la frecuencia de los hechos violentos, temerosa y desconfiada, termina por descomponerse.
¿Más mezcla, maistro, o le remojo los adobes?
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